200 familias, en torno a 1000 personas refugiadas viven en este campamento. A 30 kilómetro de Alepo. Los días monótonos llenos de incertidumbre, las noches frías y angustiosas. Unos y otros anhelan el amanecer del día que anuncie la paz. Hacia el este, soldados, hacia el oeste, soldados también. Ejércitos enfrentados a pocos kilómetros y ellos en medio, en tierra de nadie. Los pueblos del entorno destruidos, vacíos… poblados fantasmas, sus habitantes huyeron. Desplazados más allá de las montañas, a la otra orilla del mar, en tierra extraña.
Tres días a la semana el amanecer es distinto. En las tiendas los niños y las niñas se mueven inquietos. Hay que arreglase “de fiesta”. No importa el agua y el barro. Llegan los Maristas Azules. Pronto su autobús aparece por el camino.
Saludos y emoción en el reencuentro. Con la ayuda de los mayorcitos se descarga del autobús: mantas, esterillas, tiendas… también medicinas y comida para familias en situaciones especiales. Todos se dirigen hacia sus lugares habituales. Niños y niñas a las tiendas-aulas, hay montadas seis para tal cometido. Los jóvenes, a plantar una tienda-pabellón para reuniones y actividades de bebes y adultos. Luego allanar aquel terreno para nuevas familias que llegan.
Cuando empiezan a escucharse los primeros cantos de animación que indican que las clases empezaron, ya son varias las mujeres presentes, otras están en el camino. También para ellas hoy es especial. Tienen charlas formativas, taller de tricotar… todo muy propio, tejen bufandas, ropa con que atajar el frío. Son 4 horas de actividades, 4 horas de revuelo en el campamento. 4 horas en las que los cantos y risas de los niños silencian los cañones cercanos.
SED se ha hecho presente en este campo y hemos sido testigos de la transformación que estos voluntarios vestidos de azul y con apellido marista son capaces de hacer en estas cuatro horas. Enseñan a leer, enseñan a jugar, enseñan… pero lo que realmente transforma el rostro de estas personas atrapadas por un conflicto que parece no tener final y les permite sonreír tímidamente, es convivir, es disfrutar al compartir, es asomarse por esta ventana azul a la normalidad de la vida que les está bloqueada. La presencia de los voluntarios es un vivencia de fraternidad, es bocanada de oxígeno, es latido de humanidad que nutre de esperanza a la vida en este campo de Al Shahba.
Como Dice Dalia, responsable del grupo de voluntarios: “Los Maristas Azules son la voz de los que no tienen voz, son la mano tendida a la mano débil. Son el amor que te hace sentir seguridad. Para que seas un Marista azul tienes que ser prójimo de toda persona necesitada. Tu misión humanitaria la puedes vivir a partir de tu propia fe porque toda fe auténtica está fundada en el amor”.
Para unos y otros, refugiados y voluntarios, desde SED, el abrazo de nuestra fraternidad, el reconocimiento por su ánimo y coraje y el compromiso de nuestro trabajo solidario.
Javier Salazar, director ONGD SED