“Los presidentes de Ruanda y Burundi mueren al ser atacado el avión en que viajaban”. Éste es el titular del periódico El País del 7 de abril de 1994 con el que llegaba la noticia a nuestro país sobre lo que luego sería una de las mayores tragedias internacionales y humanitarias de todos los tiempos.
Dos días más tarde, el 9 de abril, el titular era el siguiente: “Miles de muertos en un nuevo rebrote de la guerra civil entre tutsis y hutus en Ruanda”. Y es que en tan solo 3 meses, 800.000 personas fueron asesinadas.
El 21 de abril, el Consejo de Seguridad de la ONU aprueba la retirada de los cascos azules en la zona dejando sólo a 270 oficiales y abandonando al pueblo ruandés en el absoluto caos.
El 16 de julio, el diario La Vanguardia publicaba en portada la salida masiva de ruandeses huyendo de la guerra. En tan sólo 4 días, un millón de personas huyó a la ciudad de Goma, en la frontera con Zaire. Las Organizaciones Humanitarias se vieron desbordadas al no poder atender en los campos de refugiados a tantas personas. A finales del año, unas 80 mil personas habían muerto en los campos de refugiados debido principalmente a uno de los peores brotes de cólera jamás registrados.
Cien días después, el 19 de julio de 1994, el Frente Patriótico de Ruanda (FPR) gana la guerra y toma el poder, con un saldo de víctimas mortales equivalente entonces al 30 por ciento de la población ruandesa.
Todos y todas recordamos las violentas imágenes de hace 20 años del “genocidio más rápido de la historia”, de la huida de miles de personas por sobrevivir frente a la falta de una respuesta política y militar eficaz de la comunidad internacional.
Una vez más, como en la actualidad sucede con crisis como la de Siria, República Centroafricana o Sudán del Sur, la acción humanitaria se convirtió en un sustituto de la acción política y las organizaciones se vieron obligadas a trabajar en condiciones sumamente difíciles.
Veinte años después, el país de las mil colinas tiene un Índice de Desarrollo Humano del 0.506, con un parlamento formado por un 64% de mujeres, la esperanza de vida al nacer se sitúa en 63,56 años, ha mejorado mucho sus infraestructuras, su tasa de alfabetismo es del 65.9%. Pero a pesar de estos avances, estos hechos continúan en la memoria colectiva de la población ruandesa, en un país donde siguen conviviendo hutus con tutsis, supervivientes y genocidas.
Aún queda un largo trabajo por hacer en materia de rehabilitación y reconciliación, y para ello nada mejor que la educación como herramienta de prevención para que estos acontecimientos no vuelvan a suceder.
Un recuerdo especial a los hermanos maristas de Bugobe
El 31 de Octubre de 1996 fueron asesinados los Hermanos Maristas: Julio Rodríguez, Fernando de la Fuente, Servando Mayor y Miguel Ángel Isla. Los cuatro hermanos decidieron quedarse y denunciar y reclamar una intervención internacional para parar el genocidio que estaba realizando el gobierno ruandés con los refugiados en Zaire.
Tan sólo unos días antes de morir, Servando Mayor, en una entrevista radiofónica, pedía un avión, un avión no para volver a España, sino para llevar medicinas y alimentos a la población refugiada. Su misión en el campo de refugiados de Nyamirangwe (Bugobe) era una labor educativa con la población refugiada del genocidio ruandés.
Pudieron escapar del campo pero decidieron quedarse, compartir su suerte con los refugiados y dejar su furgoneta a un grupo de religiosas hutus que estaban en el campo de refugiados.
Desde SED les recordamos hoy, 18 años después de su desaparición, como un modelo a seguir de personas comprometidas sin miedo a denunciar las injusticias que les rodean y dedicar sus vidas al servicio de los demás.
Amaron hasta el final